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Siete años de un crimen que conmocionó y que todavía duele a San Luis, el de Florencia Di Marco

by Prensa
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Era un martes más el día en que el nombre de Florencia Abril Di Marco comenzó a aparecer en las redes sociales y a resonar en los medios de comunicación. Una niña de 12 años que estaba desaparecida, que supuestamente se había escapado de la escuela y que su familia buscaba desesperadamente.

Su padrastro, Lucas Gómez era quien encabezaba los pedidos de información y ayuda para dar con su paradero. Su mamá, Carina Di Marco estaba internada en la Maternidad Teresita Baigorria, porque horas antes había dado a luz a la hermanita de Florencia.

Solo unas horas de diferencia separaban el nacimiento de la pequeña y la muerte de su hermana mayor. Nunca llegaron a conocerse.

Gómez aseguraba que esa mañana del 22 de marzo de 2017 alrededor de las 7:40 había dejado a Florencia en la Escuela “Rosario Simón”, incluso que ella había ingresado y desde dentro le dijo que se fuera porque sí tenía clases. Horas más tarde, una mujer llamó a Di Marco porque encontró una mochila en un descampado del barrio El Lince. Pertenecía a la víctima.

Di Marco y Gómez habían arribado a San Luis unos meses atrás desde Mendoza. Él había perdido a su padre y luego de eso decidió migrar. Se habían conocido hacía 10 años, cuando “Florcita” tenía dos. Junto a ella y dos hermanos varones habitaban en un departamento en el barrio Lucas Rodríguez, en el sur de la capital.

Los vecinos los veían como una familia normal, aunque no tenían mucha información sobre ellos y su vida cotidiana. A la niña la recordaban siempre sentada en una piedra afuera de la vivienda jugando con su celular.

Las horas transcurrían y una provincia miraba en vilo todo lo que sucedía en torno a la desaparición. Ya con el alta médica y su hija en brazos, Di Marco y Gómez encabezaron una concentración frente al Poder Judicial para pedir por la aparición de la menor.

Decían no tener idea de dónde podría estar Florencia, la describían con una nena buena, tímida, que no tenía amigos y evitaban “imaginarse lo peor”. A través de las redes sociales, principalmente, habían surgido interrogantes en torno a Gómez.

“Una amargura, una impotencia terrible. Es mi hija, yo la crié desde que tenía dos años. Todos me miran con sospecha a mi solamente por ser el padrastro, pero nadie se pone en mi lugar. Es muy difícil lo que estamos viviendo”, de esa manera se defendía ante la prensa.

Esa tarde, minutos antes de las 19 llegó una alerta a la Policía que anunciaba el trágico final de Florencia. Pero nadie se imaginaba hasta ese momento, el calvario que padeció en las horas previas y que venía sufriendo en silencio y sola desde hace mucho tiempo.

Dos primos habían visto desde arriba de un puente en Saladillo el cuerpo, aunque entonces no lo relacionaron a la niña que estaba desaparecida. Llamaron a emergencias, a conocidos e incluso al intendente. Toda la zona comenzó a llenarse de efectivos.

Recién alrededor de la medianoche la Policía confirmaba que las características del cuerpo hallado eran similares a las de la niña buscada. Tenía una campera, una sola media y había sido arrojada desde unos dos metros y medio.

Fue el médico forense Ricardo Torres quien luego dio detalles del escalofriante crimen. Florencia había sido abusada anal y vaginalmente, y la habían estrangulado con un lazo. Llevaba aproximadamente 30 horas sin vida. Y el crimen no había sido en ese lugar, sino que la trasladaron.

Horas más tarde, las sospechas contra el padrastro se convirtieron en pruebas y quedó detenido. Estaba acusado de “abuso sexual doblemente agravado por la calidad de guardador y por mediar situación de convivencia preexistente en concurso real con el delito de homicidio criminis causa por mediar alevosía y violencia de género”. Quedó alojado en la cárcel de máxima seguridad, en Pampa de las Salinas.

La autopsia arrojó que los abusos a la niña no habían sido solo antes de matarla, tenía lesiones de vieja data. Torres reconoció el calvario que venía sufriendo desde hace tiempo y todo el dolor con el que convivía a diario a raíz de esos ultrajes.

Florencia quiso pedir ayuda. Pero no la escucharon. A una maestra en Mendoza le dijo que su padrastro la acariciaba, pero la madre la trató de mentirosa y todo quedó en la nada. A Di Marco le habló en varias ocasiones de pesadillas que tenía, y que seguro muchas eran parte de su realidad. “Abuela yo me quiero ir a vivir con vos”, le había dicho minutos antes del crimen a la madre de Gómez, que vivía en la provincia vecina.

El 4 de abril, también quedó detenida la madre. Sobre ella pesaban fuertes sospechas sobre los abusos que había sufrido previamente la pequeña. “Resulta inentendible que la madre, por los signos de abuso detectados, no haya sabido de ellos”, consideró la entonces jueza, Virginia Palacios.

“Omitió sustraerla de ellos, permaneció inerte, indiferente y prefirió dejarla a los designios de quien estaba socavando la integridad física, psíquica y sexual de su hija”, sostuvo la magistrada.

La investigación avanzó y el 9 de mayo le tomaron muestras de ADN a Gómez para determinar si era el autor de los abusos a Florencia. Si bien él ya lo sabía, no llegó a conocer los resultados de Laboratorios Puntanos porque al día siguiente se suicidó.

El ministerio de Seguridad comunicó que Gómez se había ahorcado en su celda. Para hacerlo utilizó un cable y el cordón de su pantalón. Desde su aprehensión estaba aislado de los demás internos en un pabellón.

Dejó tres cartas. Una de ellas dirigida a su esposa donde le aseguraba que no había matado a Florencia. Relató que la noche de los hechos la encontró ahorcada en su habitación y ante la desesperación porque iban a responsabilizarlo, consumió alcohol y droga, y tomó la decisión de tirar su cuerpo en Saladillo.

La verdad de todo lo que sucedió ese 22 de marzo se la llevó con él.

Ante la muerte de Gómez, la investigación judicial se centró en rol que tuvo la madre en los abusos de la niña. Fue así que llegó al debate oral acusada por partícipe necesaria por omisión del delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado, por su calidad de progenitora, respecto de la víctima, por su condición de guardadora y por mediar la condición de convivencia preexistente”.

Entre el 8 y 22 de abril de 2019, Di Marco fue juzgada por el Tribunal integrado por Hugo Saá Petrino, Gustavo Miranda Folch y Fernando De Viana. Comparecieron familiares, vecinos, policías, psicólogos, médicos, y maestras de San Luis y Mendoza.

En el debate surgieron las pesadillas que tenía la niña, situaciones donde ella era quien le llevaba la ropa a Gómez cuando se bañaba y una reunión que hubo en Mendoza donde alertaban a Di Marco por lo que Florencia le había dicho a una docente, esto es, que su padrastro la acariciaba.

El forense Torres aseguró que debido a los ultrajes, la niña tuvo un desgarro que le habría provocado una hemorragia por varios días. En esto se basó el fiscal Fernando Rodríguez para asegurar que la madre no podía desconocer lo que había atravesado.

Di Marco finalmente fue condenada a 18 años de cárcel. “Injusticia”, fue lo último que se le escucho decir tras salir del juicio.

Hoy cumple esa condena en la unidad de mujeres del Servicio Penitenciario provincial. En estos años terminó sus estudios y ahora asiste a un taller de costura.

El más grande de sus hijos vive en Mendoza y es el único que tiene contacto con ella. El segundo varón se encuentra con una familia solidaria y no la ve desde que ocurrieron los hechos. La pequeña que nació en ese momento oscuro está a cargo de una hermana de Gómez.

Florencia tenía 12 años. Apenas había comenzado a vivir y todo lo que pudo vivir fue dolor. Faltaban años aún, pero ella ya soñaba con su fiesta de 15. A Florencia le arrebataron la inocencia y la luz. A Florencia no supieron escucharla, ni ver los pedidos de auxilio. Florencia murió sola, como la habían dejado hace tiempo.

A San Luis y al país le dolió el nombre de Florencia y si bien siete años más tarde no se puede hacer nada por ella, si es posible recordar todo lo que ella atravesó y revivirlo para que no exista otra Florencia.

 

 

El Chorrillero

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