Ed Warren pintaba las casas que, le decían, estaban encantadas. Los dueños de esas viviendas empezaron a comprarle sus cuadros. En simultáneo, Lorraine, su esposa, se autoproclamó clarividente y médium. Juntos ofrecían asesoramiento en casos de demonios y fantasmas. Investigaron varios sucesos: ninguno tan famoso como el horror de Amityville, que inspiró la saga de una popular película.
Sin ellos, nada hubiese sido posible. Ni el misterio, ni el horror, ni la inquietud, ni el enigma que siembran siempre los demonios sueltos, los espíritus fastidiosos, los fantasmas impertinentes. Sólo la pareja de Ed y Lorraine Warren se llevan los dudosos laureles de esta historia de espanto, y de otras muchas, a las que fueron siempre muy afines y de las que hicieron un negocio extraordinario que los convirtió en millonarios.
En el centro de la historia hay una casa poseída por los espíritus, que fue escenario de un crimen espantoso y que, años después, aterrorizó a quienes la compraron con la idea de vivir en ella años felices y de la que huyeron despavoridos y amedrentados por un diluvio de mensajes de ultratumba, de apariciones fantasmales, de olores fétidos y de manifestaciones físicas de un mundo extraño y desconocido.
Por orden de aparición, primero, los demonólogos, que así se hizo llamar la pareja. Y después la historia de terror. Ed Warren Miney nació en 1926 en Bridgeport, Connecticut, un lugar de ensueño no demasiado lejos de Manhattan ni de Boston. Eso es cierto y seguro, que Ed nació. Lo demás es fruto de su propia palabra. Dijo que empezó a vivir experiencias paranormales entre los cinco y los doce años, con puertas de placares que se abrían por misterio en su cuarto de chico inquieto, siempre entre las dos y las tres de la mañana, según relató en su momento a Secrets of the Supernatural. Dijo también que de esas puertas abiertas surgían luces flotantes, luces que tenían rostro y que lo miraban con fijeza. Hasta ahí, todo normal. Entre los cinco y los doce años se viven esas cosas y otras muchas, si no, para qué se tienen cinco años. “El rostro que veía más a menudo era el de una anciana enojada -dijo Ed a sus boquiabiertos entrevistadores-. De pronto, la habitación se enfriaba y yo me congelaba, oía pisadas y susurros y huía a dormir a la cama de mis padres. Crecí sin saber qué era aquello. Pero decidí dedicar mi vida a investigar esos fenómenos”.