Después de separarse de su esposa y con su salario embargado, Tito Ingenieri se encontró sin un lugar donde residir. Carecía de recursos financieros, pero poseía un terreno que había recibido como herencia de su padre. ¿Qué elección tomó? Algo que a muy pocas personas se les habría ocurrido. Una tarea ciertamente desafiante, una empresa innovadora.
Tito comenzó la construcción solo, pero a medida que iba avanzando fue recibiendo la colaboración de distintas personas como amigos, autoridades municipales de ese momento y de su compañera de vida, Irma. “Empezaron a traer botellas, me ayudaban”, sostuvo.
“Era como un vicio que tenía que terminar sí o sí”, dijo mientras afirmó que al volver de trabajar le dedicaba entre 4 y 12 horas de trabajo. “Los sábados y domingos estaba todo el día construyendo”, agregó. “Di toda mi vida a esto, tenga para comer o no, mi vida está tirada acá”, declaró.