Américo Moroso, el artista que mantuvo encendida la antorcha del tango por más de 70 años y fue un maestro inspirador

Redaccion
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Familiares y amigos le dieron el último adiós con el corazón roto. Sus restos fueron sepultados en el cementerio municipal de Justo Daract.

Este miércoles Justo Daract amaneció extraño, triste, el sol no calentaba como el día anterior. Había silencio en las calles. Sin ninguna duda a todos los habitantes del pueblo les había llegado la tristeza. Cuando el coche fúnebre comenzó a transitar las calles, a algunos vecinos se los vio parados en las esquinas o en las puertas de sus casas, en una posición firme, de respeto y de congoja.

Su despedida fue humilde, como fue su vida. Rodeado de sus seres queridos se marchó. Se fue abrazando a la familia, en paz, sin avisar, sin molestar. El martes 13 alrededor de las 6 de la mañana cuando le estaban por dar el desayuno que había pedido, en un abrir y cerrar de ojos se quedó dormido para siempre. Su corazón dijo basta. Tenía 91 años. Dejó un legado de 70 años trabajando arriba de los escenarios. Fue un embajador, se convirtió en una leyenda y en el orgullo de los sanluiseños.

Nació en Villa Salles, muy cerquita de su Justo Daract. Su amor con la música comenzó cuando tenía 14 años y viajaba hasta Villa Mercedes para estudiar. Antes de cumplir 20 ya tenía su propia orquesta y nunca más se detuvo. Lo describen como un trabajador incansable, difusor y defensor de la música como patrimonio cultural. Tocaba todos los géneros, pero su pasión eran los tangos. Tal vez porque le tocó vivir la «época de oro» que tuvo este género (entre 1935 al 1955) cuando se dio la consolidación de grandes orquestas en Buenos Aires. Y fue el maestro de muchos artistas.

Se había recuperado de una neumonía, pero un problema relacionado con los riñones lo llevó de nuevo al hospital de la localidad donde ya había estado internado. Pudieron regresarlo a la casa donde inició un tratamiento, pero su cuerpo ya estaba muy cansado, su salud debilitada.

“Él ya no quería verse así, siempre dijo que no quería ser un estorbo, ya que siempre había sido muy activo”, contó su hijo Carlos. Con el dolor en el alma, lo consolaba esta mañana la dicha de haberlo disfrutado hasta el último momento. Era con quien tocaba en los escenarios en cualquier lugar donde los invitaban. En Villa Mercedes su última gran presentación fue el 27 de enero en el Festival Nacional de la Calle Angosta, donde sentía que jugaba de local.

La mejor paga, decía siempre, eran los aplausos de la gente. Ese sonido que le retumbaba en la cabeza cuando llegaba de las actuaciones, y se iba a dormir. Carlos reprodujo esas palabras y pidió que lo despidieran de ese modo para que se vaya al cielo con sus oídos aturdidos de homenaje. Siempre agradecía, en cualquier entrevista, que lo siguieran recordando. Y muchas veces lo reconocieron. El Concejo Deliberante de Villa Mercedes lo declaró ciudadano ilustre.

En el cementerio municipal la melodía del bandoneón fue la despedida final.

Estaban allí sus seres más queridos, su esposa Elsa, sus hijos, Marcela, Patricia y Carlos, los amigos con los que se dio tantos abrazos, le dijeron adió con el llanto atragantado. Enzo Plenazzio se sentó al lado del féretro y tocó “Y te parece todavía”, que Américo solía interpretar con su sobrina. Estuvieron Juan Carlos Borges y Javier Torres, que supieron acompañarlo.

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